El 19 de mayo de 1895 muere el poeta José Martí en Dos Ríos, luchando por la independencia de Cuba. Parece cumplirse así una premonición, ya que Martí venía escribiendo sobre su muerte desde hacía un tiempo. Un año y medio más tarde, el 30 de diciembre de 1896, el filipino José Rizal es fusilado por las autoridades españolas en Manila. Se dice que, la noche antes del fusilamiento, Rizal escribió sus últimos versos para despedirse del pueblo filipino en castellano, la misma lengua en que había escrito sus novelas Noli me tangere y El filibusterismo, ambas censuradas en Filipinas. Más allá de los destinos y las obras bastante comparables de los héroes homónimos de Cuba y Filipinas, quienes se han convertido quizás en un lugar común para hablar de las coincidencias entre las literaturas de Filipinas y de América Latina, varios son los puntos de contacto entre estas.

Durante la época colonial española, el flujo de obras literarias del continente americano a Filipinas y viceversa se dio por medio de la metrópoli española, y también por una vía directa: la ruta de los galeones entre Acapulco y Manila, que se sostuvo desde 1565 hasta 1815. Esta ruta permitió que circularan tanto diversos textos para las misiones evangelizadoras, que se publicaban en imprentas en Manila y México, como las llamadas “relaciones de sucesos” sobre todo tipo de acontecimientos en el continente americano y Filipinas. Por esta ruta se difundieron también varias prácticas culturales como las populares danzas de moros y cristianos, provenientes de la península ibérica, adaptadas en América y convertidas en Filipinas en una forma teatral: el moro-moro. No obstante, no fue hasta después de 1898, cuando Filipinas dejó de ser una colonia española y pasó a ser territorio de Estados Unidos, que la literatura filipina en castellano tuvo su momento de mayor auge. 

En las primeras décadas del siglo XX, que la crítica tiende a llamar la “edad de oro” de la literatura hispanofilipina, se publicaron numerosas revistas literarias, novelas, colecciones de poesía y cuentos en castellano. En estos años se dio también, por medio del modernismo, la conexión literaria más sólida y duradera entre América Latina y Filipinas. Los poetas hispanofilipinos eran grandes lectores de Rubén Darío, José Santos Chocano, Amado Nervo y Enrique Gómez Carrillo. Los poemarios Crisálidas, de Fernando María Guerrero; Bajo los cocoteros, de Claro Mayo Recto; Cantos del trópico, de Manuel Bernabé; y Mi casa de nipa, de Jesús Balmori, parten del modernismo hispanoamericano, pero lo adaptan y lo recontextualizan: lo llevan, por ende, un paso más allá. Abundan los aires melancólicos, el afán cosmopolita y, sobre todo, el rechazo o temor a los Estados Unidos. Pensar en un mundo anglosajonizado aterra a los poetas filipinos de habla castellana.

Ese temor se ve también en la prosa y se tiende a proyectar en las mujeres. En la primera novela de Balmori, Bancarrota de almas, un hombre mayor lamenta que las jóvenes filipinas quieran aprender inglés y para ello se burla de cómo suena el idioma: “What!… What!… así ladran los perros vagabundos”. En su segunda novela, Se deshojó la flor, el hablar inglés se califica como un acto casi criminal. Al enterarse de que su padre quiere matricular a sus hermanas en una escuela donde aprenderían inglés, el hijo escandalizado afirma que prefiere que se dediquen a ser esposas y madres honradas en lugar de convertirse en “unas locas por las calles, hablando inglés en los tranvías con cuatro criados americanos disfrazados de señoritos”. En la visión balmoriana de la mujer filipina, una visión indudablemente sexista, se revela una gran desconfianza ante la americanización no solo política sino también cultural y social de Filipinas. Y esta desconfianza se confirma en otras obras como la novela corta La carrera de Cándida, de Guillermo Gómez Windham, donde se parodia la supuesta promesa de progreso y modernización que propone el gobierno estadounidense en Filipinas: Cándida, hija única de una familia campesina, aspira a vivir en la ciudad y ser una mujer educada e independiente con proyectos “modernos”. Su lema es “my career above all” [mi carrera ante todo]. Pero al final Cándida termina trabajando en un cabaret que se llama “La mujer moderna” y es olvidada por su novio, un joven americanizado de clase acomodada. Se insertan palabras y frases en inglés a lo largo de la narración revelando así de manera explícita la presencia perturbadora que ocupa Estados Unidos en el imaginario y la sociedad hispanofilipinas.

A raíz del miedo al dominio absoluto de Estados Unidos en Filipinas, surgen y luego se multiplican las defensas hacia la llamada “raza latina”. Pronto se comienza a extrañar e idealizar a la “madre España” e incluso a la Antigua Roma. Es importante contextualizar esta nostalgia imperial que contiene ecos de la intelectualidad hispanoamericana de la época. Hay que recordar que la idealización de la cultura grecorromana que llega a Hispanoamérica por medio de España, según José Enrique Rodó en Ariel, va a la par con el rechazo al materialismo anglosajón. Vale la pena considerar también que el temido dominio estadounidense no era ilusorio sino muy concreto en el caso de Filipinas, tanto como en Puerto Rico, donde también proliferaron los homenajes a la latinidad y al idioma castellano durante las primeras décadas del siglo XX.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la producción literaria en castellano disminuyó de manera significativa en Filipinas. Algunos sobrevivieron los golpes duros de la guerra, que dejó a Manila literalmente en ruinas, y siguieron escribiendo en la lengua de Rizal. Al hacerlo, se vieron obligados a sumarse a la ardua lucha de preservar el idioma en Filipinas. Entre estos cabe mencionar al novelista Antonio Abad, quien se empeñó en modernizar las metodologías de enseñanza del español en Filipinas, y a Nilda Guerrero Barranco y a Federico Espino Licsí, quienes se dedicaron a publicar versos en español e inglés (Licsí también escribía poemas en tagalo e ilocano). Ya hacia la década de los 60, no había muchos puntos de contacto ni paralelos entre la literatura filipina en castellano y la literatura hispanoamericana. No obstante, hubo algunos intentos de reanudar ese diálogo con el otro lado del Pacífico. Por ejemplo, el filósofo mexicano Leopoldo Zea se hizo cargo de la edición crítica de Noli me tangere de Rizal que se publicó en 1976 en la importante serie Biblioteca Ayacucho. El gesto de incluir a Rizal en una colección de grandes escritores latinoamericanos dista de ser una apropiación de Rizal. Lo que impulsó a Zea fue un interés genuino en el pensamiento del autor. Le alarmaba además que su obra, con todo su potencial decolonial, se desconociera tanto en América Latina.

En la actualidad, el español es una lengua que se habla muy poco en Filipinas. Sin embargo, ha persistido la producción en esta lengua, en varios casos en la diáspora filipina. Es imprescindible mencionar la labor como poeta y editor de Edmundo Farolán, quien desde Canadá fundó la Revista Filipina en 1997. Esta revista electrónica sigue vigente y actualmente la edita Edwin Lozada, poeta filipino radicado en California. De gran interés para el lector hispanoamericano resulta también el trabajo de la escritora filipina Elizabeth Medina, cuyo libro Sampaguitas en la cordillera nos invita a adentrarnos en la historia filipina del siglo XX a través de narraciones de sus memorias de niñez y juventud en Manila, de su encuentro inesperado con un filipino en Chile que conocía al abuelo de Medina, de su desentendimiento con la cultura estadounidense —con la cual Medina confiesa haberse identificado antes de radicarse en Chile—, y de una visita que hizo Medina a Filipinas para reconstruir la historia de su abuelo. En suma, se trata de un reencuentro con Filipinas en un país latinoamericano. Desde Filipinas, cabe mencionar a Guillermo Gómez Rivera y su poemario La Nueva Babilonia, donde en un momento dado el poeta le ruega a la Virgen de Guadalupe que despierte al pueblo filipino. Aunque en otras obras Gómez Rivera sigue alabando anacrónicamente a España, aquí opta por dirigirse a una figura gestada en América Latina. 

No hay mejor manera de concluir este recorrido de los puntos de contacto entre las literaturas de Filipinas y América Latina que deteniéndonos brevemente en Peces de luz / Fishes of light, una selección de poemas coescritos por la poeta filipina Marjorie Evasco y el cubano Alex Fleites. Se trata de versos escritos en el antiguo género de poesía colaborativa japonesa del tanrenga, pero con un par de giros. Los versos fueron escritos en dos lenguas, a la distancia (Evasco en inglés en Manila; Fleites en español en La Habana), y traducidos al otro idioma por los mismos autores. Como resultado, las imágenes, sonidos y olores en este diálogo poético transcienden la geografía y nos remiten a un nuevo tipo o modelo de literatura global. Nos confirman, por último, que a pesar de que los galeones que conectaban Filipinas y América Latina cesaron de operar hace ya más de dos siglos, han surgido y siguen surgiendo nuevas rutas por las cuales podemos seguir leyendo sus literaturas en conjunto.

Paula C. Park es profesora asociada de literatura latinoamericana en Wesleyan University (Connecticut, Estados Unidos) y autora de Intercolonial Intimacies: Relinking Latin/o America to the Philippines, 1898-1964 (U of Pittsburgh Press, 2022).

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