La aparición

Aunque reservó en el último minuto, la novia se siente maltratada por la fecha en que se llevará a cabo la sesión de fotos. Raphaella le ofrece cancelarla y dejarlo todo para el verano siguiente—¿qué es un año frente a toda la vida juntos?—. Pero la novia está apurada, no hay tiempo que perder y algo le dice a la fotógrafa que en efecto no se puede esperar, el año siguiente las fotos tendrán una adición importante en el cortejo, y eso cambiaría todo, en especial, la historia que se van a contar sobre el matrimonio. La novia sabe, sin embargo, que el apuro con que organizó la boda la dejó sin opciones y que su mejor oportunidad es cambiar de día. Todas las mañanas, al comienzo de la jornada, Raphaella recibe la llamada de la novia para chequear si hubo alguna cancelación y con ello un hueco en la agenda donde colarse—no, tengo todo el día copado—; la respuesta diaria de Raphaella es recibida con una semifrase de decepción que intenta ser amable, pero que es expresada en la voz universal del cliente insatisfecho. 

Al llegar la fecha estipulada, ni tocado, ni velo, ni maquillaje puede ocultar que la novia está toda amargada y eso hace que Raphaella pierda el tacto—sonríe un poco, que no es tu funeral—. No hay sonrisas sino muecas, la tensión no disminuye en ningún momento, el sol no llega a salir, cada minuto que pasa hace más frío y Raphaella sabe que la culpa será suya. Se nota que no sabe iluminar, mira esas caras todas pálidas, mira el agua toda oscura, al menos pudo meterle un poco de Photoshop, para eso una paga.

Es una carrera contra reloj. La madrina es la primera en darse por vencida y ya no se quita el abrigo. El escote de la novia va a hacer que en cualquier momento se le ponga la piel azul, el viento le va a arruinar moño y buqué, el delineador comienza a correrse, el sol no volverá a salir y la niebla avanza indetenible como una premonición—no te preocupes, no hay nada malo en que las fotos queden mal, eso no significa que tu matrimonio va a ser un fracaso—. Raphaella busca hacer dos composiciones más antes de que la cámara comience a ver luz por todas partes y el vestido de la novia no haga ningún tipo de contraste con el entorno. Con más desespero que maestría, la fotógrafa cambia a enfoque manual y obliga a la cámara a trabajar en sobreexposición, pero frustrada observa cómo la pared de niebla vuelve el escenario una especie de estudio lúgubre donde nada de lo que se ve parece ser lo que es, sobre todo, si lo que se quiere es mostrar la felicidad con que la novia enfrenta esta nueva etapa de su vida. Las últimas fotos van a ser un desastre, pero hay que hacerlas. Raphaella dispara lo más rápido posible y le sugiere a la novia que cambien de escenario y vayan al Centro Cultural para tomar algunas fotos en la escalera y bajo las bóvedas de Tiffany. La novia no quiere, rechaza la propuesta como si se tratara de una estafa o un posible secuestro. Raphaella respira profundo y continúa hasta que la niebla también se la traga a ella.

Raphaella no quiere ni ver los archivos. Ojalá la novia se diera cuenta de que aquello fue un error desde el primer momento y la llame para negociar una nueva sesión. Una y otra vez lo dice, lo explica, no se puede ganar la carrera contra el clima de Chicago, pero las novias siempre tienen la razón, quién va a contradecirlas, es la clave de este negocio: no se contradice a las novias ni cuando hablan de sus planes ni mientras se toman las fotos. Por supuesto, la novia vuelve a llamar todos los días, pero no lo hace arrepentida por la sesión, todo lo contrario, está expectante, ilusionada, no aguanta la espera, quiere ver los contactos ya e insiste en llamar a pesar de que el día de entrega estaba acordado en el contrato. Llama, aunque en el fondo, cada vez más en el fondo, sepa que las fotos no quedaron bien, que no va a quedar satisfecha y le va a echar la culpa a la fotógrafa, una estafa, mejores fotos tomo con mi teléfono. 

Sin ningún tipo de entusiasmo y bastante incómoda con la situación, Raphaella se prepara para trabajar en los archivos. Es una preparación más que técnica mental, algo física también. Respira profundo, varias veces, tensa los hombros y vuelve a relajarlos de golpe, mueve los brazos de lado a lado cruzándolos frente al pecho, sabe lo que va a encontrar, pero abre los archivos lista para comenzar la corrección de color y trabajar lo más que se pueda brillo y contraste. Por más que sepa que la novia no va a quedar complacida, ella le entregará el mejor resultado posible. 

Entonces, sucede algo por completo inesperado. En la primera foto, encuentra una especie de mancha que no recordaba. No podía recordarla porque no estaba ahí, la hubiera visto y habría limpiado el lente o cambiado de posición, es una mancha en el rostro de la novia, como si alguien hubiera intentado vencer la niebla pintándole la cara con ceniza, pero lo que logró fue dejarle un tono grisáceo que le borró las facciones. 

Sorprendida ante ese pensamiento, Raphaella trata de ajustar el color y el contraste para ver si logra recuperar la expresión de la novia y apenas la imagen se hizo más nítida supo que no debió hacerlo. 

La novia muerta la mira fijamente. Raphaella intenta quitar la mancha dándole al botón de “Deshacer”, pero es como si la computadora se hubiera congelado. Por más que Raphaella trata de mirar a otra parte, no logra apartar los ojos de la pantalla, está paralizada, la mirada del espanto es intensa y dolorosa como si fuera una aguja que se le clava por los ojos y le recorre todo el cuerpo. Siente cómo las fuerzas comienzan a faltarle y luego ,el aliento. Cae de lado al piso y no se levanta.

Luis Alejandro Ordóñez (Venezuela). Desde que llegó a los Estados Unidos en 2008, ha trabajado como editor, redactor de medios, corrector de estilo, traductor, profesor de español y librero. En la actualidad, vive en Miami y participa como mentor en el programa de Writers Mentorship de Latinx in Publishing.

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