Sábado

Día anodino. No hay nada para hacer en ningún lado. El distanciamiento social cae como una sábana: nos cubre a todos, nos disfraza de fantasmas, nadie dice nada. Parece también un sobreentendido. Calma chicha: nos callamos porque estamos expectantes.

17 de marzo

Tengo todavía un poco de resaca. Ayer no trabajé, hoy tampoco. Salí en cambio a dar una vuelta y terminé, casi por inercia, en Tribunales. Poco movimiento en la calle. Paso por Hernández y me siento como el amigo que vuelve después de mucho tiempo. Saludos y conversación. Dos porciones de pizza en El Cuartito. El local está vacío y a oscuras. Las sillas sobre las mesas, como si recién hubieran barrido. En la barra somos dos. Comemos de parados y a las apuradas, quizás para sostener la impresión de que las cosas van a seguir más o menos igual. 

18 de marzo

Hoy tampoco fui a trabajar porque la Corte Suprema dispuso feria judicial extraordinaria. Nada que hacer. A las diez salí a la calle. Compré cigarrillos, di la vuelta a la manzana y terminé mirando la vidriera de Norte. 

Sábado

Es tarde pasado el mediodía y salgo a hacer compras. En Melo y Uriburu hay dos policías con barbijo. Caballero, ¿adónde va? A apenas dos o tres metros, en esa misma esquina, un cincuentón un poco gordo mira la escena desde el auto. Nadie le pregunta de dónde viene ni adónde va. Voy a comprar, digo. Lo digo ansioso, tartamudeo. Me piden el documento y, cuando lo extiendo, me piden, además, que tome distancia. Uno de los policías anota los datos en una libretita. Vivo ahí en la esquina, digo, y agrego porque sí: es más, creo que a ustedes los vi anoche, ahí mismo, en la esquina. Sonrío sin convicción. El policía me mira por encima de la libreta. No, nosotros no éramos, dice el otro. El semáforo cambia a verde y el cincuentón arranca, pero todavía me mira atento y con cara de pocos amigos. Muy bien, dice el policía que me devuelve el documento, siga nomás. La experiencia de la calle vacía es abrumadora. Al final vuelvo con una botella de vino, una crema, una lata de duraznos en almíbar y una esponja que no necesito. 

30 de marzo 

Veo pasar muchas ambulancias. Existe la posibilidad, quizá la idea es un poco naif, de que la frecuencia con que pasan no sea ahora más alta que siempre y, en realidad, solo me llame la atención porque estoy desde hace días varado en un mismo punto fijo: el escritorio junto a la ventana, en el cuarto de la esquina. En unas horas, se supone, va a haber anuncios oficiales. Parece que van a extender la cuarentena quince días más. De verdad, espero que no.

Sábado

Anoche, el ataque de pánico más largo y más intenso que haya tenido en mucho tiempo. Es particularmente desagradable cuando uno está solo, y hay un momento, con el viento silbando en la garganta, en el que uno espera que, entre alguien, el que sea, y diga algo o solamente esté ahí. Llamaron Fede y Dante, mientras pasó, para ver la película de todas las noches, pero eso solo agregó ruido y disparó la ansiedad. Fue extraño que no hubiera inminencia: cayó como cae un rayo. En general, tengo tiempo de preverlo, de controlar la respiración y evitar. También es extraño que no me haya registrado ansioso o triste durante el día o la noche, lo que me hace pensar que estoy teniendo problemas para leerme. Hoy me obsesioné con tener los azulejos del baño blancos y constaté una vez más que limpiar es virtualmente imposible. Salir a la calle sigue siendo toda una experiencia y trato de hacerlo día por medio. Ayer les dejé unas compras a los linyeras que veo desde la ventana. 

6 de abril

Vuelvo de hacer compras: rúcula, cerveza, cigarrillos. En Melo veo un trapo amarillo que cuelga de un balcón. Está escrito. Quedate en casa, dice. El trapo está arrugado y sucio, ladeado. A esta cuarentena se le está agotando la épica, y cuando eso pase vamos a estar en problemas.

9 de abril

Anoche otra vez el pánico. De nuevo faltó la inminencia, el preaviso. Un rayo en la oscuridad. Me quedé dormido con la luz prendida. Serían las cuatro de la mañana. Abrí los ojos, me incorporé apenas, medio dormido, apagué la luz. Me acosté, y el disparo. La angustia que sobreviene después: absurda, insólita y total. Una calma boba y resignada que lo ocupa todo, y que ocurre no antes sino después. Es también un grado cero: me gustaría que otras cosas se sientan tan genuinas, tan verdaderas como ese instante de quietud y muerte.

11 de abril

Nadie, absolutamente nadie, sabe cuánto va a durar esto. Dicen que podrían pasar doce, dieciocho meses hasta que se encuentre una vacuna. Pero casi no importa: lo urgente parece salir de nuestras casas. Dicen fines de mayo. Dicen junio, julio, dicen agosto, octubre. Pero nadie sabe. 

14 de abril

El año pasado no tenía dónde caer muerto y muchas veces vagaba a la deriva por la ciudad. Un meteorito perdido, salido de órbita y en descomposición. Las fiestas, el alcohol, las drogas: las excusas para sostener durante todo el tiempo que fuera posible la impresión de que había sentido si había movimiento. La constatación siempre nueva y siempre latente de que el problema no es tener un lugar donde estar, sino tener uno donde poder quedarse. A veces tenés suerte: caminás por la calle sin saber adónde ir, tus amigos trabajan y de noche tenés un compromiso, hacés algunas llamadas, pero nada funciona, estás mal dormido y mal comido y decidís tentar al azar: en Melo y Azcuénaga probás una llave y descubrís con el clic que no hay nadie, pero la pentágono no está puesta: almorzás, te bañás, descansás. Ojos que no ven corazón que no siente. Otras veces llegás con el paracaídas todavía puesto a un asado, no estás muy seguro de querer estar ahí, pero sabés que cuando termine vas a tener dónde dormir, y ves entonces que está lleno de gente con la que no querés estar, pero la situación te demanda un mínimo de cortesía, así que te reís de algún chiste y seguís conversaciones sobre oficinas o casamientos. Vas mucho a plazas, aunque no tengas nada a mano para leer. Te quedás tomando una cerveza o dos, en el patio de la facultad, porque estás esperando que te respondan un mensaje para saber dónde vas a dormir esta noche. Aceptás casi cualquier invitación, y a veces incluso fabricás alguna, porque entendés que es una forma de moldear el tiempo. Descubrís sobre la marcha que una vida social activa es una suerte de cobijo y también una farsa: te encontrás con que si es el único suelo firme bajo los pies, se vuelve un régimen cansador. Ahora todo es exactamente al revés, porque tenés unos pesos en el bolsillo, porque tenés qué comer y dónde dormir, pero la imprevisibilidad y el tiempo que de tan libre es tiempo muerto siguen. 

17 de abril

Salgo a hacer compras. El tapabocas le agrega densidad a la respiración. Poca gente en la calle, ya es de noche. Decido dar una vuelta. Voy por Pueyrredón hasta Córdoba y por Córdoba hasta Callao, con algunos desvíos. El Palacio de Aguas es una fiesta. Buenos Aires de noche sigue siendo seductora, pero esa exuberancia se agota ahora en el vacío. Poca gente y todos con barbijo. Una pequeña aventura: estoy exultante. Para las últimas cuadras me descubro la boca y fumo un cigarrillo, me siento impune y feliz. 

21 de abril

Toco la flauta, salto la soga. 

Paso la tarde corrigiendo para Errepar. 

Visos de normalidad.

23 de abril

Estoy ebrio.

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