1. Pocas cosas más idealizadas, en la literatura, que los premios. Idealizadas para bien y para mal. Algunos dicen que está todo arreglado, que las cosas son siempre turbias ahí adentro, que la literatura no debería ser evaluada, sino simplemente leída. Otros creen que los premios se ganan exclusivamente por mérito, y que cuando una obra gana, es buena. Puede ser. No al menos en los premios que conozco (los que organizo, los que organizan amigos, en los que participo como jurado, comité de lectura o civil que se presenta para ver si gana algo alguna vez).

2. Todo premio tiene tres tipos de letras: la grande, la chica, la oculta.

3. La letra grande es la que se promociona en los flyers, de la que hablan los periodistas o influencers, esa a la que le prestamos atención cuando queremos presentarnos a un premio: cuánto paga, quién está en el jurado, cuál es el deadline, cuándo se conocen los resultados. Y, también, los requerimientos técnicos: género, tema específico si lo hay, extensión, formalidades frecuentes (tipo y tamaño de tipografía, márgenes, cantidad de ejemplares, plica o no plica, seudónimo o no seudónimo, etcétera). 

4. La letra chica es la que aparece en las bases, o en los fundamentos, o en las resoluciones. En general no le prestamos atención. Está siempre visible, no literalmente con una letra más chica, con información que queda desplazada del lugar central por razones más o menos evidentes: no es el corazón del premio. Son aspectos técnicos, legales, contables, que funcionan generalmente como resguardo de quien que lo organiza. Es algo que previene conflictos y explicita formalismos aburridos para todos. 

5. No quiere decir que la letra chica no importe, que no tenga información valiosa, que no haya que leer todo ese fárrago tedioso. Quiere decir que lo importante no pasa por ahí. Que hay que leer todo eso y prestarle atención para no quedar afuera por tecnicismos. Es información pública, casi invisibilizada aun estando a la vista de todos. El lugar perfecto para esconder, si un organizador así quisiera hacerlo, la evidencia del crimen. Ya nos lo enseñó Poe.

6. Y luego está la letra que no se ve, porque no está, porque no es letra. Pero que existe igual. En cualquier premio, en cualquier momento de la historia, en cualquier lugar.

7. Esa letra inexistente es en realidad una agenda. Es decir, un programa, un compendio de ideas, actividades, contactos, formas, modos, conceptos, intereses. La agenda es el eje de cualquier premio, como de cualquier producto cultural. Y está la veamos o no, sea evidente o no, se publique o no, creamos en ella o no, nos guste o no. 

8. El que diga que no tiene agenda miente, o no tiene suficiente conciencia de sus actos.

9. ¿Qué significa que un premio tenga una agenda? Que se hace por algún motivo, que tiene objetivos, que hay en todo eso un interés. ¿Está mal? No. Creer que hay algo de malo en eso equivale a pensar la literatura en términos no solo idealistas, sino puristas. La literatura como una deidad, como una estatua o una virgencita, como algo separado del mundo real y la mugre que se acumula en sus rincones todos los días. La literatura más allá de nosotros, de lo que podemos hacer con, por y a través de ella.

10. ¿Qué significa que un premio tenga una agenda oculta? Que, además de todo lo que se explicita, hay otros intereses. ¿Está mal? No necesariamente. De hecho, casi nunca está mal, porque no hay manera de explicitarlo todo, todo el tiempo. Armar unas bases, redactar fundamentos, seleccionar a unos evaluadores y no a otros, poner o no poner un tema, decidir una extensión u otra, definir si la cosa es en papel o digital, no es otra cosa que sintetizar un universo complejo para hacerlo claro y accesible a los demás, que están por fuera de él. 

11. Agenda oculta es usar un criterio demarcativo. Es decir: tomar decisiones. Esto sí; esto no. Esto así y no de otro modo.

12. Agenda oculta es que un concurso premie solamente a novelas de autores que ya tienen contrato con la editorial que organiza ese concurso. O que el ganador ya sepa de antemano que va a ser el ganador. O que se prometa un premio que finalmente nunca se va a entregar. Agenda oculta es que los organizadores mientan, distorsionen, escondan, estafen a los participantes o a cualquier otro agente involucrado (comité de lectura, jurado, sponsor, partner, etcétera).

13. Pero agenda oculta también es que una empresa organice un premio porque quiere atraer o fidelizar clientes. O que una institución arme el suyo porque eso le permite legitimar determinadas políticas culturales. O que un grupo de amigos lancen uno porque de esa manera cumplen un sueño de juventud, o porque les divierte, o porque les parece una aventura. 

14. Que al evaluador de un texto le dé comezón abrir un archivo que tenga tipografía Comic Sans tamaño 18, doble interlineado, en itálica y de color violeta también es parte de la agenda oculta. Y que por ese mismo motivo lo rechace antes de leerlo, porque entiende que literatura no es solo un amontonamiento de palabras, sino algo más complejo, en lo que la estética juega un rol fundamental.

15. No es lo mismo tener una agenda oculta que hacer trampa, esconder la mano, ser fraudulentos. Puede serlo, pero puede que no. Se puede hacer todo eso sin ocultarlo, como se evidencia tantas veces.

16. La agenda oculta no es una sola. La tiene la empresa o institución o persona que organiza un premio. Y quien coordina todo eso, y el jurado, y el comité de lectura. Cada uno la suya, propia, intransferible, igualmente invisible para los demás. Cada uno marcado, sesgado, por sus propios intereses, experiencias, tiempos, conflictos, subjetividades.

17. ¿Por qué alguien pondría plata, tiempo, esfuerzo o libido en organizar un premio? ¿Qué espera a cambio de todo ese trabajo que nunca es reconocido? Es una buena pregunta para hacerse, aunque la respuesta sea solamente una suma de fantasías.

18. Es habitual leer a personas que participaron en un premio, y no ganaron, quejarse por el resultado. Su texto merecía ganar. Su texto era mejor que el que ganó. ¿Cómo lo saben? ¿Cómo llegan a esa conclusión? ¿Con qué herramientas miden, comparan, establecen y deciden? Creo que podemos llegar a estar bastante de acuerdo en que, en la literatura (como todo en el arte y la cultura), no hay nada objetivo. Que cada lector es un mundo. Que ningún texto tiene un sentido único, una única manera de ser leído, interpretado, degustado. 

19. Los lectores somos dispersos, inconstantes, intermitentes. Todos. Por más sistemáticos y organizados que seamos. Tenemos gustos diferentes. Y una vida. Hay días en los que estamos de mejor humor que otros. A veces comenzamos leyendo con ganas y luego nos saturamos, o vemos patrones entre distintos textos. A veces escuchamos en la calle algo que nos interpela, luego leemos algo y casualmente tiene que ver con eso, y nos genera un impacto inmediato que no hubiera ocurrido si leíamos eso mismo dos horas antes. A los lectores nos agarra sueño cuando estamos cansados, nos fastidiamos cuando tenemos hambre, nos distraemos cuando nos llega un mensaje por WhatsApp (y nos llegan muchos mensajes por WhatsApp). Los lectores, en definitiva, nunca somos del todo confiables, porque cambiamos permanentemente.

20. Esos lectores, esos mismos, son los que evalúan obras para un premio. Generalmente forman dos grupos: el jurado y el comité de lectura. Unos más conocidos o con más trayectoria que otros. Pero son la misma clase de lectores, con problemáticas diferentes.

21. Siempre hay excepciones, desde luego, pero es común que los integrantes del comité de lectura estén signados por cierta precarización. Me refiero a que es habitual que haya un desequilibrio en la ecuación que implica la cantidad de textos que tienen que leer, el tiempo del que disponen para hacerlo, las exigencias técnicas y formales que deben que cumplir, la distancia entre lo que les gusta y lo que les toca leer, la calidad generalmente baja de un gran porcentaje de esos mismos textos que reciben, los honorarios (bajos o directamente inexistentes) y la presión. Una persona que tiene tres semanas para leer doscientos cuentos no puede hacer una tarea fina, un análisis pormenorizado de cada uno de ellos. Una persona que se pasa el día leyendo para cumplir los tiempos termina por no disfrutar la lectura y, ocurre a menudo, termina por odiar la literatura. No hay chances de que esto no afecte la dinámica de un premio. Lo ideal sería que esos mismos lectores dispusieran de tiempo suficiente, que cobraran de manera coherente su trabajo, que pudieran evaluar con alegría buena literatura. Pero el mundo no funciona así.

22. La situación del jurado es muy similar. Sus integrantes leen menos obras, cobran un poco mejor (o cobran, al menos) y reciben mejores textos (para eso es el filtro, esencialmente), pero pasa lo mismo que con el comité y es muy improbable que la relación entre tiempo, intensidad, calidad y honorarios se equilibre de una manera que esté más o menos cerca de lo óptimo.

23. Lo que ocurre, entonces, es que las lecturas siempre son sesgadas y están atravesadas por variables que no tienen que ver con la literatura, al menos en los términos en los que solemos pensarla. Es decir: las lecturas se ensucian con la vida misma de los lectores, que no pueden ser objetivos, ni justos.

24. Pensar un premio en términos de justicia es, por lo menos, una posición naif.

25. No quiere decir que da lo mismo presentar cualquier cosa a cualquier lado. Desde luego que no. No es lo mismo leer las bases (y respetarlas) que no hacerlo. Hacer un rastreo de qué premian los premios en ediciones anteriores, de qué tipo de literatura le gusta a los que evalúan, de mirar quiénes financian o apoyan estas cosas. Hacerlo no garantiza nada, pero maximiza posibilidades. 

Nicolás Hochman (Argentina). Dirige UnaBrecha y el festival de literatura latinoamericana Desmadres. Antes, el Congreso Gombrowicz. Es doctor en Ciencias Sociales (UBA) y profesor y licenciado en Historia (UNMdP), con un posgrado en Gestión Cultural (FLACSO). Creó audiocuento.com.ar, el City Tour Literario y organizó premios literarios como el de La Bestia Equilátera y el Itaú de Cuento Digital. Publicó la novela Los Casquivanos y el ensayo Incomodar con estilo. Coordina el Taller Heterónimos.

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